Por Ronald León
14 de marzo de 2014
El curso de la revolución
ucraniana se encuentra amenazado por dos grandes fuerzas
contrarrevolucionarias.
De un lado, los bandidos
imperialistas, tanto norteamericanos como europeos, no escatiman
esfuerzos para consolidar el nuevo gobierno fantoche de sus designios
y apuestan todas sus f chas al desvío del proceso revolucionario por
el callejón sin salida de la reconstrucción de las instituciones y
la realización de elecciones en los marcos de la democracia
burguesa. Este plan contrarrevolucionario se desarrolla al tiempo en
que las potencias mundiales refuerzan las cadenas de dominación
semicolonial en el país, por medio de nuevos acuerdos y empréstitos
con el FMI, el Banco Mundial y la Unión Europea (UE) con sus
consecuentes “planes de ajuste”.
De otro lado, el futuro de la
revolución ucraniana se enfrenta a la ofensiva contrarrevolucionaria
del reaccionario gobierno ruso de Vladimir Putin, el cual, con la
caída de Yanukóvich a manos de la movilización revolucionaria de
las masas, sufrió una derrota incluso más directa que la del bloque
imperialista, debido a que el ex presidente ucraniano era un agente
directo del Kremlin en ese país.
Como sabemos, inmediatamente
después de ese primer triunfo de la revolución, el gobierno de
Putin comenzó una agresión militar a la soberanía ucraniana,
invadiendo con sus tropas la península de Crimea, donde miles de
soldados rusos han tomado aeropuertos, edifícios públicos y cercado
las principales bases militares ucranias.
Paralelamente a esto, Putin
impulsa, a través de la imposición de nuevas autoridades
completamente serviles a sus intereses, la separación de ese
territorio de Ucrania y su anexión a la Federación Rusa mediante un
fraudulento referéndum que será realizado el 16 de marzo.
En esta senda, el 11 de marzo,
esas autoridades separatistas de Crimea aprobaron en el Soviet
Supremo local (Parlamento) una declaración de independencia
unilateral, dando un paso “legal” más en el sentido de la
anexión a Rusia. Estas medidas se combinarán con el resultado del
fraguado referéndum, sustentado en una ocupación militar
extranjera, que sin duda alguna será amplísimamente favorable a los
intereses de Putin.
No es casual que Crimea se erija
como centro de la reacción contra la revolución ucraniana,
intentando arrastrar en esta línea a otras provincias del este
ucraniano, como Lugansk, Donetsk, járkov y odessa.
La península de Crimea es la
región de Ucrania donde existe una clara mayoría de origen y
cultura rusos, siendo la población que habla este idioma casi 60% de
los pocos más de dos millones de habitantes. Además, en Crimea,
Rusia tiene intereses estratégicos, no sólo económicos (como los
gasoductos) sino militares, pues en la ciudad de Sebastopol reside su
poderosa e histórica base naval a orillas del Mar Negro.
Nosotros, como hemos declarado,
condenamos la ocupación militar rusa de Crimea y el referéndum
secesionista, impulsado por el Kremlin y sustentado por esta agresión
rusa a la soberanía territorial ucraniana.
Es una clara reacción de Putin
ante la derrota que el movimiento de masas le asestó en Kiev.
Desde la perspectiva de la
revolución, además de un ataque al derecho a la independencia del
pueblo ucraniano, el separatismo en Crimea no pasa de un intento
reaccionario de dividir a la clase trabajadora, que busca amputar el
fundamental elemento proletario (más concentrado en el este) del
proceso revolucionario que se está desdoblando con más claridad en
Kiev y en el occidente del país.
Sin embargo, es un hecho
innegable que la población rusa o de origen ruso es mayoritaria en
Crimea y, al mismo tiempo, es evidente que este sector desea
separarse de Ucrania y ser parte de Rusia.
Ante esta realidad, se podría
plantear: ¿No será que los marxistas deberíamos defender el
“derecho a la autodeterminación nacional” de este sector étnico
y cultural (el ruso) dentro de Ucrania? ¿Aunque no concordemos con
su separación, no será el caso de apoyar su “derecho” a decidir
sobre tal cuestión?
Para responder a esta cuestión
fundamental, como orientaba Lenin a la hora de encarar cualquier
debate que involucrase a la llamada “cuestión nacional”, se hace
necesario analizar cada caso específico de forma concreta.
Por ello, para entender este
problema particularmente complejo y poder definir una posición
revolucionaria ante el referéndum convocado en Crimea se hace
indispensable conocer y analizar, aunque sea en sus trazos generales,
el proceso histórico que determinó la actual composición étnica,
lingüística y cultural de la península.
De los cimerios al imperio ruso
Entre los siglos VIII a.C. y VII
a.C., el actual territorio de Crimea estuvo habitado por
civilizaciones cimerias y escitas. De hecho, el propio nombre de la
región deriva de Kymeria o Cimeria (país de los cimerios).
Posteriormente llegó el turno de
los griegos, que fundaron muchas ciudades y conocieron el lugar como
Chersonesus Taurica, nombre proveniente de taurí, una tribu
descendiente de los cimerios.
En el año 438 a.C. los griegos
milesios formaron en el lugar el llamado reino de Bósforo, el cual,
en 114 a.C. fue gobernado por Mitrídates VI Eupátor, rey del Ponto
y uno de los más fascinantes enemigos del imperio romano. Cuando el
rey Mitrídates fue derrotado por los romanos (alrededor del año 64
a.C.), la península pasó a formar parte de las posesiones de Roma,
inaugurando un período de dominación de casi tres siglos.
En 250 d.C., la actual Crimea fue
conquistada por los godos, que fue la primera de una serie de
invasiones, que se extendieron por un milenio y en las que se
sucedieron hunos, alanos, ávaros, jázaros, pechenegas, varengos,
romanos y genoveses.
En medio de ese proceso, durante
la Edad Media, un mestizaje étnico entre clanes genoveses,
venecianos y túrquicos, que habían logrado asentarse en ese
territorio, dieron origen a los llamados tártaros de Crimea, grupo
étnico-lingüístico que f nalmente pudo consolidarse como una
población más propia de la península.
Los tártaros de Crimea,
musulmanes suníes, con el tiempo dominaron todo el territorio y
llegaron a conformar un Estado propio, el llamado Kanato de Crimea,
que gobernó la región desde 1441 hasta 1783, siendo parte del
antiguo imperio otomano.
El imperio otomano, a través del
Kanato de Crimea, pierde el dominio de la península como
consecuencia de la derrota militar ante el imperio ruso (1768-1774),
hecho que marcó el comienzo del control de facto de todo ese
territorio por parte de la dinastía Romanov.
El imperio ruso, entonces, impuso
condiciones leoninas a los vencidos, como el pago de pesadas
indemnizaciones y la construcción de puertos y de una base naval en
el Mar Negro, con lo cual tuvieron una salida al mar Mediterráneo
que permanece hasta nuestros días.
Tras esta guerra, el Kanato de
Crimea sobrevivió sólo formalmente, quedando dividido entre
facciones que apoyaban a Rusia o a Turquía, situación que dio
inicio a una guerra civil. Esta situación se desarrolló hasta que
finalmente, en 1783, los rusos ocuparon Crimea al mando de la
emperatriz Catalina II, llamada la Grande, anexando definitivamente
la península al imperio de los zares.
A partir de ahí comienza un
proceso de rusificación de ese territorio, que revistió una
importancia estratégica para el zarismo. Crimea fue la punta de
lanza del expansionismo imperial ruso en la zona, fundamentalmente
contra intereses del imperio otomano, que comenzaba a manifestar su
decadencia.
Desde Sebastopol, donde
instalaron la base naval que actuó como puesto militar de avanzada,
los Romanov consiguieron intimidar a los otomanos y afianzar el
dominio ruso en toda la región circundante, incluidos el Cáucaso y
los estrechos turcos para salir al Mediterráneo.
Fue justamente el expansionismo
ruso y, por supuesto, la defensa de los intereses de las principales
potencias europeas, sobre todo las del Reino Unido, que veía
amenazado su control en Medio Oriente (la ruta hacia la India), los
elementos centrales que detonaron la conocida Guerra de Crimea
(1853-1856), una especie de ensayo de contienda mundial que enfrentó
a rusos contra una entente británico-francesa, turco-otomana y
piamontesa, y que terminó en la derrota del imperio ruso luego de
once meses de un feroz cerco a Sebastopol, episodio bélico que quedó
inmortalizado en los escritos de Tolstoi.
El genocidio de los tártaros a
manos de Stalin
Ya en el siglo XX, tras el
advenimiento de la Revolución Rusa y la victoria soviética en la
guerra civil que le sucedió, Crimea se convirtió en una república
autónoma para los tártaros, en el marco del respeto a los derechos
nacionales que caracterizó a los primeros años de la revolución.
Pero esta política, como sucedió
con todas las nacionalidades no rusas del antiguo imperio zarista y
de la ex URSS, fue cambiando con el triunfo de la contrarrevolución
stalinista a mediados de la década de 1920, que volvió a imponer
una política chovinista gran rusa brutal a las nacionalidades
oprimidas.
En 1941, Crimea fue invadida por
el Ejército alemán. En junio de 1942, tras cruentas batallas y al
costo de un terrible cerco de 10 meses y más de 170 mil bajas, los
alemanes conquistaron Sebastopol y la base naval rusa. La ocupación
nazi se prolongó hasta 1944, cuando sus tropas fueron expulsadas por
el Ejército Soviético.
La situación generada por la
ocupación alemana fue aprovechada por Stalin para dar un salto
cualitativo en la rusificación forzosa de Crimea. El ataque comenzó
con el rebajamiento de la categoría de República Autónoma de
Crimea por la de oblast (provincia).
Pero esto no fue lo peor. La
rusificación brutal de Crimea impulsada por Stalin tomó la forma de
una de las más brutales y criminales limpiezas étnicas de la
historia moderna. Nos referimos a la política de exterminio de los
tártaros, la población histórica de la península.
Fue así que, en 1944, con la
acusación de que los tártaros de Crimea habían colaborado de forma
generalizada con el ocupante nazi, Stalin, de un plumazo, simplemente
declara que esa nacionalidad estaba “abolida” y comienza un
proceso de asesinatos y deportaciones en masa de los tártaros y, en
menor medida, de otras minorías griegas, búlgaras y armenias con
destino a Asia central y otras regiones de la URSS.
Este terrible destierro y
limpieza étnica es conocida, entre los descendientes de los tártaros
de Crimea como el Sürgün (exilio, en tártaro). El Sürgün comenzó
el 17 de mayo de 1944 en todas las localidades de Crimea.
Participaron del operativo más de 32 mil efectivos de la siniestra
NKVD. De esta forma, fueron deportados más de 190 mil tártaros (se
habla incluso de 250 mil) a Uzbekistán, Mari, Kazajistán y a otros
oblasts rusos.
Entre mayo y noviembre de 1944,
más de 10 mil tártaros de Crimea murieron de inanición en
Uzbekistán (alrededor de 7% de los deportados a esa ex república
soviética). Del total de desterrados, aproximadamente 20% murieron
en el exilio durante el siguiente año y medio, según datos de la
policía política soviética. Sin embargo, según activistas
tártaros, el número real de muertes representaría 46% de los
deportados.
Es claro, aunque estos hechos son
poco conocidos, que el stalinismo aplicó una política sistemática
no sólo de segregación, sino de exterminio físico de la nación
tártara. De hecho, las organizaciones de descendientes de tártaros
de Crimea reivindican que el Sürgün sea reconocido oficialmente
como un genocidio por los organismos internacionales.
La población tártara en Crimea
fue diezmada y expulsada de su propia tierra, para después ser
sustituida por colonos rusos. Por lo tanto, podemos af rmar que la
actual “mayoría” rusa en Crimea deviene de aquel proceso de
rusif cación comenzado a f nales del siglo XVIII y, específicamente,
del atroz genocidio de 1944-45.
Con la disolución de la URSS,
los remanentes de la diáspora tártara fueron retornando a su tierra
de origen, pero lo hicieron sobre la base de una nueva composición
demográfica, en la cual no superan el 12% de la población de Crimea
y, al lado de los ucranianos (24%), son actualmente una minoría en
su propia patria, por lo cual se oponen a la unificación con Rusia,
sus verdugos históricos.
Esta es la base objetiva del
permanente separatismo de la población de origen rusa en Crimea, el
cual se acentuó cuando, en 1954, el ex líder soviético Nikita
Kruschev “regaló” la península a Ucrania, en teoría para
conmemorar el tricentenario del tratado de 1654 que unió Ucrania y
Rusia.
En realidad, esta medida tuvo que
ver con una necesidad del Kremlin de equilibrar relaciones y atenuar
tensiones a nivel de la propia burocracia gobernante en el período
inmediato a la muerte de Stalin, donde uno de los problemas latentes
eran las tendencias separatistas en la Ucrania soviética. En ese
sentido, con aquel “gesto”, Kruschev buscaba aplacar ciertos
ánimos hostiles en sectores de la burocracia, sin dejar de controlar
la península a través de Ucrania.
En síntesis:
1.
Los revolucionarios no pueden
apoyar en ningún sentido la política separatista concretada en el
referéndum que impulsan el Kremlin y sus representantes en Crimea,
debido a que la población rusa o de origen ruso en la península, en
primer lugar, no constituye una nacionalidad oprimida. Por el
contrario, históricamente es el chovinismo gran ruso el que oprime a
Ucrania como un todo y a las demás ex repúblicas soviéticas no
rusas.
2.
En el caso concreto de Crimea,
como apuntamos, la actual “mayoría” rusa se debe a un proceso
agresivo de “rusificación” de ese territorio que lleva más de
dos siglos y que incluye la abominable limpieza étnica (a través de
un genocidio y deportaciones masivas) que fue realizada por Stalin
contra la originaria población tártara y otras minorías étnicas.
Ese proceso de “rusificación”
en Crimea es inseparable no sólo de la política general de opresión
nacional ejercida tanto por el zarismo como por el stalinismo, sino
de la necesidad de garantizar el control total del territorio sede de
la base naval en Sebastopol, histórico puesto militar de avanzada de
los intereses rusos en la región y que actualmente cuenta con trece
mil soldados rusos.
Debido a lo expuesto
anteriormente, concluimos que los sectores rusos o pro rusos en
Crimea no tienen ni pueden tener el derecho democrático a la
autodeterminación nacional (separación) que tienen las
nacionalidades oprimidas.
3.
En este sentido, no existe
comparación posible con los casos de las nacionalidades catalana o
vasca, citando ejemplos más conocidos, que son oprimidas dentro del
Estado español. En tales casos, si bien los marxistas podemos
discordar respecto de la separación de esas nacionalidades del
Estado español, expresamos un reconocimiento incondicional al
legítimo derecho que tienen para decidir libremente sobre su
autodeterminación nacional.
4.
Si lo fundamental para def nir
una posición revolucionaria se encuentra en las consideraciones
anteriores, no se puede dejar de señalar que, en cualquier caso, el
referéndum que está en marcha en Crimea carece de cualquier tipo de
legitimidad al estar siendo impuesto por una ocupación militar
extranjera, en este caso el ejército de Putin. Esta agresión
militar, además de violentar la soberanía ucraniana, es una
reacción directa a las primeras victorias del proceso revolucionario
con epicentro en Kiev, por lo cual tiene un carácter profundamente
contrarrevolucionario.
En tal sentido, presentar este
referéndum como un ejercicio democrático de expresión popular
cuando las botas rusas pisotean la soberanía ucraniana y Putin
extorsiona al país aumentando el precio del gas y amenazando con
cortar el suministro, es un absurdo que no merece un calificativo
menor que el de farsa.
5.
Estamos al lado del pueblo
ucraniano en la defensa de su soberanía y su revolución. Exigimos
la inmediata retirada de todas las tropas rusas y sus representantes
políticos de Crimea, así como la invalidación del fraudulento
referéndum en ciernes.
Estamos al lado de quienes, en la
plaza Maidán, gritan ¡Unidad! ¡Ucrania es indivisible! ¡Crimea es
Ucrania!; estamos al lado, en Crimea, de las minorías tártara y
ucraniana, que luchan contra el secesionismo reaccionario.
Reafirmamos que la única salida
para que el proceso revolucionario avance, partiendo de la enorme
victoria que signif có haber derrocado a Yanukóvich, es la
reanudación de las grandes movilizaciones y de las ocupaciones de
plazas y edif cios públicos. Estas movilizaciones deben ser
democráticamente organizadas por organismos obreros y populares, que
a su vez estén cohesionados alrededor de un plan de lucha nacional,
al que se incorporen las reivindicaciones democráticas y económicas
más sentidas del pueblo, de las minorías y, sobre todo, del
proletariado ucraniano.
En tal sentido, la tarea más
urgente del momento es la lucha por la expulsión del invasor ruso y
la defensa de la soberanía y de la unidad territorial de Ucrania.
En esta lucha, el movimiento de
masas ucraniano sólo debe confiar en la fuerza de su propia
movilización.
No puede confiar ni por un
momento en el nuevo gobierno liderado por Yatseniuk-Turchínov, que
asiste impasible cómo Putin consolida sus posiciones en Crimea y,
fundamentalmente, a pesar de sus encendidos discursos “nacionalistas”
y frases como “no cederemos un centímetro de tierra ucraniana”,
están vendiendo el país a los capitales imperialistas europeos y
estadounidenses.
La misma posición tienen los
sectores neonazis y de ultraderecha, como el “Sector de Derecha”
y Svoboda: mientras se llenan la boca de “nacionalismo”, integran
el nuevo gobierno servil y apoyan sin cortapisas la entrega del país
a la UE y al FMI.
El pueblo ucraniano tampoco debe
confiar en la falsa retórica sobre la “defensa de la soberanía”
o el “respeto al derecho internacional” de Obama y los líderes
de la UE. Estas potencias sólo quieren colonizar a Ucrania,
sujetarla con mil cadenas a sus designios y, por lo tanto, son
enemigas irreconciliables del pueblo ucraniano.
Los líderes imperialistas de la
UE mantienen negociaciones con Putin y, en los hechos, están
“dejando correr” la vergonzosa anexión de Crimea a Rusia, pues
no se animan siquiera a aplicar reales sanciones económicas al
Kremlin, debido a la dependencia europea del gas de Putin y a las
inversiones que los oligarcas rusos tienen en los países europeos.
Esto, sin hablar del temor a perjudicar las numerosas inversiones de
capitales imperialistas en Rusia.
Por su parte, en este conflicto
Obama prefiere moverse con pies de plomo para no romper el pacto
contrarrevolucionario que tiene con Putin para derrotar la Revolución
Siria y estabilizar Medio Oriente.
Por esto, la lucha contra la
anexión de Crimea y la bandera histórica de una ¡Ucrania
independiente y unida! recae en las manos de la clase obrera y el
pueblo pobre, que al calor del proceso revolucionario necesita
urgentemente construir una dirección socialista revolucionaria que
combine esta lucha democrática con la estrategia de una Ucrania
obrera y socialista.
LIT-CI (Liga Internacional de los
Trabajadores – Cuarta Internacional)
Sección Ucrania: Unión
Comunista Obrera Ucraniana - UKRS - http://www.ukrs.narod.ru
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El PSTU es un partido integrado por mujeres y hombres comprometidos con las transformaciones por un mundo más justo e igualitario, es decir un mundo SOCIALISTA.
Está compuesto principalmente por militantes que participan en sindicatos, movimientos estudiantiles, sociales y populares. Estamos convencidos de que la única manera de cambiar la realidad es mediante la movilizacion permanente de los trabajadores y los sectores populares a fin de terminar definitivamente con el sistema capitalista. De ahí que su estrategia es revolucionaria y no reformista.
Creemos que el socialismo no sólo es posible sino que es necesario por los principios, valores y fines superiores que enarbola.
Pero si somos revolucionarios ¿por qué queremos participar en las elecciones?
Si bien creemos que sólo la movilización de los trabajadores y la acción directa puede cambiar la realidad, pensamos que las elecciones son y están diseñadas para que nada cambie. No obstante, son una oportunidad para divulgar las ideas de nuestro partido y una herramienta importante para el apoyo de las luchas y la denuncia del sistema capitalista mismo.